Respiro, me deslizo, suave, percibo el ligero viento que genera el movimiento;
una esfera de luz, irregular, resbaladiza, imaginaria, blanca, amarilla, resplandece, cura, limpia, energiza,
las manos sienten, se calientan y están ligeras,
el rostro firme, tibio, curioso;
los ojos cerrados, tranquilos, casi olvidados.
Inclinada y con el peso sobre las piernas, empiezo a sentir ligereza, luego a volar, otra vez el viento en el rostro, en las manos y en los hombros.
Descanso, el dolor se concentra, contrario a lo que se espera, el cuerpo ha sido obligado a sentir, acordarse de su presencia, la espalda reposa, completa, amplia y desbordada, el descanso llega de inmediato, mi cuerpo ha resucitado…